

CON NUESTRA SEÑORA
“María guardaba cuidadosamente todas estas cosas y las meditaba en su corazón. »
Lucas. 2, 19
Es alguien que entendió el Evangelio mejor que los evangelistas y que el mismo San Juan, el discípulo amado: es la Santísima Virgen, Madre del Hijo de Dios que esperaba su respuesta para encarnarse. Ella conoce los pensamientos del corazón de Jesús de una manera única. El Espíritu Santo que la hizo su Esposa la instruyó en el silencio de los misterios del Amor Divino en su más secreto. Y la efusión de Pentecostés, gracias a la cual los Apóstoles penetraron el Evangelio, lo predicaron y lo escribieron, fue obtenida por su oración.
Su papel en relación con la Iglesia y con la evangelización no es el de los Apóstoles; está más escondido: es una mujer (la mujer bendita); pero es infinitamente superior: Ella es la Madre de Dios .
Nada más normal que recurrir a la Santísima Virgen para comprender el mensaje de su Hijo. Sin duda, es el Espíritu Santo quien nos introduce en toda la verdad, pero se entrega a la oración de su Esposo.
Lo que Ella nos revelará, a través del Evangelio. Ella por quien el Salvador vino al mundo es que la salvación nunca fallará al mundo, que su Hijo es nuestro "Jesús", que es "Emmanuel", sólo en las situaciones más humildes o más crueles de los seres humanos, es imposible que él estar ausente. Ella lo sabe bien. Ella por quien el Verbo entró en nuestra raza mortal y que permaneció unida al Salvador en todas las etapas de su vida como Virgen sapientísima y Madre llena de Amor, desde la concepción virginal hasta la sepultura, desde el Pesebre y Egipto y la primera milagro para la pareja y los invitados de Caná, hasta la oscuridad del Viernes Santo y hasta la Gloria de la Resurrección - esta mañana de Pascua que será el Presente Eterno de la Iglesia Triunfante.
La salvación nunca fallará al mundo; una salvación que es pura, de eso nos persuade la Santísima Virgen ; pura, es decir, que no entra en composición con lo que de quimera y de falsedad hay en nuestros pensamientos y en nuestros deseos, que no admite, que no soporta ninguna impureza que nos carcoma, sino que quiere sánanos de todo.
Con la Santísima Virgen, en la interpretación del Evangelio, no hay ensoñación, ni irrealidad, ni para diluir ni para endurecer, porque ella conoce la cualidad de la Encarnación y de la Redención, el significado de auténticos misterios. Nada tan real, pero nada tan puro, como los gozos de la Palabra de Dios que se ha hecho hermano nuestro, sus modestas y pobres condiciones de vida, su agonía muy dolorosa. Y este desgarramiento supremo de su Pasión y de su Muerte fue aún más necesario que su vida oculta y su ministerio público para la liberación de los hombres.
Por su unión con Jesús, la Virgen María nos hará comprender el misterio de sus alegrías, de sus dolores y de su gloria; nos enseñará (1) el secreto de una alegría sencilla, adoradora, abierta a la desgracia ya los desdichados, el secreto de una vida fundamentalmente humilde y misericordiosa; y sobre todo el secreto de un Amor que reconoce francamente el sacrificio y la muerte como sus condiciones indispensables. En una palabra, Ella nos enseñará el verdadero Evangelio en su pureza humana y divina.
El Cristo Glorioso nos alcanza y nos toca directamente, tiene acceso a lo más profundo de nuestro corazón, le ha sido dado poder sobre toda carne. Junto a él, que no cesa de darnos vida y santificación, está la Santísima Virgen gloriosa y suplicante. Cristo es el que salva. La Virgen es la que intercede; no cesa de orar con sentimientos inefablemente maternales, incapaz de ser madre de Jesús, sin ser madre de todos los que estamos llamados a ser uno con él.
Que ella nos obtenga comprender su Evangelio, vivir como él y en él.
SALVE REGINA, MATERIA MISERICORDIA!
(1) Esta es, como sabemos, una de las gracias de la devoción al Rosario, esta forma de oración que nos hace repasar el Evangelio con Nuestra Señora. “Evangelii verbum in Rosario BM Virginis breviatum”, el Rosario es el resumen del Evangelio, dice el P. Lagrange, OP, en la dedicatoria de su gran libro: “ El Evangelio de Jesucristo ”.
RP Calmel OP : Según el Evangelio , 1952, p. 107-109