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heroísmo y amabilidad

Hay un heroísmo de rebeldía y un heroísmo de caridad. El heroísmo de la caridad exige ante todo emprender, por Dios, un camino de perfecta rectitud y no querer oír nada cuando se trata de cambiar de dirección. A cambio de lo cual es muy posible que la vida, un día, se vuelva sumamente dura e incluso que haya que consentir en el sacrificio supremo. Sólo que, y es aquí donde no debemos hacernos ideas, elegir el camino del heroísmo del Amor es no quedar arrinconado, sin tregua, en una existencia insostenible e irrespirable. . No es a cada minuto ya lo largo de la vida dejarse llevar por un torbellino asfixiante y vertiginoso como el de una tragedia de Racine o de Shakespeare; en el teatro el paroxismo es tal, además, porque, en el escenario, la obra dura sólo unas pocas horas. Pero la vida por definición no es un juego que dure unas pocas horas. Una vida heroica no es agitada y apresurada como un drama en un escenario. Admite descansos, relajamientos, rodamientos y recuperaciones. Encuentra una connivencia en ciertas personas y ciertos acontecimientos, más o menos cercanos, más o menos reconfortantes, pero siempre reales, excepto, es cierto, en la soledad única de las horas de agonía. Pero entonces un ángel del cielo desciende y consuela. Por lo demás, ya través del ordinario devenir de los días, el Padre Celestial ha dispuesto una familiaridad, una gracia, una clemencia de vida que impiden que el heroísmo del Amor sea inhumano y exasperado.

¿Quién dudaría de que no se puede, de que no se debe hablar de heroísmo en relación con la vida de San José el Justo? ¿Y mucho más no sólo de la Pasión, sino también de la vida oculta y de la vida pública del Hijo del Hombre? Si el heroísmo es lo contrario de la tibieza y la autoprotección egoísta; si el heroísmo del que hablamos exige la disposición a sacrificar la vida en este mundo para permanecer fiel a la ley de Dios en lo espiritual y lo temporal, no cabe duda de que la vida de san José, fiel y firme en la pobreza de Nazaret y en el exilio en Egipto, sólo lleva la marca del heroísmo.

El heroísmo de la caridad presupone indiscutiblemente esta tensión de energías en la que, para permanecer fiel a la ley de Dios, el hombre acepta perder la vida, o en la muerte pura y simple, o en un sacrificio que se asemeja a la muerte. El heroísmo de la caridad no supone que esta tensión se mantenga todos los días en su punto extremo. Sólo es necesario que uno se haya puesto en el camino donde debe encontrar, si no engaña, el sacrificio supremo o lo que es su equivalente.

Para convertirse en este magnífico héroe del Amor de Dios y del servicio del Reino de Francia, basta que San Luis haya preferido la lepra al pecado mortal con toda su alma: después de lo cual, normalmente y en su momento, los sacrificios no fallarán. al por venir: la cruzada fallida, el cautiverio entre los sarracenos, la muerte en el lecho de ceniza. Pero al final, la primera y decisiva elección que llevaría al rey a estos extremos no requirió en modo alguno la exclusión de la ternura de su esposa Margarita ni el salto a su flamante palacio de una docena de niños y niñas. Asimismo, habiendo querido la fidelidad total a la luz, Santo Tomás Moro iba a experimentar un día el encarcelamiento en la Torre de Londres y la muerte de los criminales; pero eso no le impidió saborear los encantos, en la mañana del Renacimiento, de la luminosa compañía de los príncipes del pensamiento. ¿Seguiremos hablando de Péguy y sus jóvenes amistades para demostrar que una vida heroica no tiene ese carácter aguerrido, feroz, tenso, sin remisión, que algunos imaginan, quizás para tener una excusa para alejarse de él?

No es porque tengas el espíritu del martirio que los verdugos saltarán sobre ti a cada paso. Solo que no habrás reservado nada. Lo habrás dado todo, tu fuerza y tu corazón. Y este abandono total, lejos de condenarte a no conocer más las sonrisas de la vida, es por el contrario la única manera de domarlas.

Provistas estas necesarias precisiones, creemos que el lector no tendrá que exasperarse si hablamos a menudo de heroísmo en las páginas que siguen.
En verdad, ¿esperaría que le ofreciéramos algo más? Sabe demasiado bien que, aparte de la vida heroica, orientada hacia el heroísmo, sólo queda la vida sedentaria, tibia y mediocre. ¡Oye! pues, aunque seres tibios, sin hablar de los osificados o incluso cadavéricos, abundan en la ciudad y hasta en la Iglesia, aunque allí ocupan puestos de toda importancia, no son ellos los que permiten que la ciudad se mantenga y reformarse, a la Iglesia para que arda de Amor y arrebate a los hombres de Satanás.

(…) Hay otro heroísmo que el del Amor: el de la rebeldía y hasta del odio. La historia de la civilización y la de la Iglesia, y más aún la simple experiencia cotidiana, no permiten hacernos ilusiones sobre su poder devastador y demuestran, además, que siempre está dispuesta a renacer; que por culpa del diablo; por culpa también de los buenos: porque su bien es débil, externo y tal vez farisaico.

Ya sea que recordemos a Lutero oa Lenin; o algún oscuro compañero que uno ha conocido en la vida. Para responder a este heroísmo, la tibieza es perfectamente inútil, aunque sea bien dicha, bien pensada, bien armada; ni siquiera las sanciones son suficientes; discursos tampoco, incluso los inexpugnables. La gran respuesta, la que es principio de todas las defensas positivas, es el heroísmo del Amor.

RP Calmel : En nuestros caminos de exilio: las Bienaventuranzas
 

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