Declaración del obispo Antonio de Castro Mayer
con motivo de las consagraciones episcopales en Ecône
- 30 de junio de 1988 -

Mi presencia aquí, en esta ceremonia, obedece a un deber de conciencia: el de hacer profesión de fe católica ante toda la Iglesia y más particularmente ante Su Excelencia. monseñor Lefebvre, ante todos los sacerdotes, religiosos, fieles seminaristas aquí presentes.
Santo Tomás de Aquino enseña que no hay obligación de hacer una profesión pública de fe en todas las circunstancias. Pero cuando la Fe está en peligro, es urgente profesarla, aun a riesgo de la propia vida.
Esta es la situación en la que nos encontramos. Estamos viviendo una crisis sin precedentes en la Iglesia. Una crisis que lo afecta en su esencia, en su misma sustancia que es el Santo Sacrificio de la Misa y el sacerdocio católico, dos misterios esencialmente unidos porque, sin el sacerdocio, no hay sacrificio de la Misa, por tanto, no hay forma de culto. También sobre esta base se construye el reino social de Nuestro Señor Jesucristo.
Por eso, tratándose de la conservación del sacerdocio y de la Santa Misa, ya pesar de los pedidos y presiones de muchos, estoy aquí para cumplir con mi deber: hacer una profesión pública de Fe .
Es doloroso constatar la lamentable ceguera de tantos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, que no ven o no quieren ver la crisis actual ni la necesidad, para ser fieles a la misión que Dios les ha encomendado. nos encomendó, resistir al modernismo reinante.
Quiero manifestar aquí mi sincera y profunda adhesión a la posición de Su Excelencia. Monseñor Lefebvre, dictada por su fidelidad a la Iglesia de todos los siglos. Nosotros dos bebimos de la misma fuente que es la de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.
Que la Santísima Virgen Nuestra Madre, que maternalmente nos advirtió en Fátima sobre la gravedad de la situación actual, nos dé la gracia de poder con nuestra actitud ayudar e iluminar a los fieles de tal manera que se alejen de estos perniciosos errores de de los cuales son víctimas, engañados como están por muchos que han recibido la plenitud del Espíritu Santo.
Que Dios bendiga a Monseñor Lefebvre y su obra !
(Fideliter N° 64, julio-agosto de 1988, p. 9)