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Novena a la Virgen Inmaculada

6 al 14 de agosto

Con motivo de la Solemne Definición del Dogma de la Asunción , se rezó esta oración

por el Soberano Pontífice Pío XII en italiano el 1 de noviembre de 1950, al término de su

habla.

Instamos a todas las almas de buena cuna a recitar esta oración, del 6 al 14 de agosto,

para pedir ayuda a la Virgen, celebrada el 15 de agosto en su gloriosa Asunción.

Sólo ella puede aplastar la cabeza de la serpiente (cf. Génesis 3,15).

“Oh Virgen Inmaculada, Madre de Dios y Madre de los hombres:

Creemos con todo el fervor de nuestra fe en tu triunfante Asunción en alma y

en cuerpo, en el Cielo donde eres aclamada Reina por todos los coros de Ángeles y por todos

las falanges de los santos;

y nos unimos a ellos para alabar y bendecir al Señor, que te ha exaltado por encima

de todas las demás criaturas, y ofrecerte el ímpetu de nuestra devoción y nuestro

amor.

Sabemos que tu mirada, que envolvía maternalmente a los humildes y sufrientes

humanidad de Jesús en la tierra, se sacia en el Cielo al ver la gloriosa Humanidad de

sabiduría increada, y que el gozo de vuestra alma al contemplar cara a cara a la adorable Trinidad hace

estremece tu corazón con beatífica ternura;

y nosotros, pobres pecadores, nosotros cuyo cuerpo pesa el robo del alma, te suplicamos

purificar nuestros sentidos, para que aprendamos, desde aquí abajo, a gustar a Dios, sólo a Dios, en el

encanto de las criaturas;

Confiamos en que tu mirada misericordiosa esté baja sobre nuestras miserias y nuestras

ansiedades, sobre nuestras luchas y nuestras debilidades; que tus labios sonrían de nuestras alegrías y nuestras

victorias; que escuches la voz de Jesús hablándote de cada uno de nosotros, como en el pasado

Su discípulo amado: “Aquí está tu hijo”;

y nosotros, que te invocamos como Madre nuestra, te tomamos, como San Juan,

para guía, apoyo y consuelo en nuestra vida mortal.

Tenemos la vivificante certeza de que tus ojos, que han derramado lágrimas sobre la tierra bañada

de la sangre de Jesús, vuélvanse aún hacia este mundo plagado de guerras, persecuciones,

a la opresión de los justos y los débiles;

y nosotros, en la oscuridad de este valle de lágrimas, esperamos en tu celestial

luz y tu dulce piedad el alivio de las penas de nuestros corazones, las pruebas de

la Iglesia y nuestra patria.

Finalmente, creemos que en la gloria donde reinas, adornado con el sol y coronado

de estrellas, Tú eres, después de Jesús, el gozo y la alegría de todos los ángeles y de todos los santos;

y nosotros, de esta tierra por donde pasamos como peregrinos, consolados por la fe en la resurrección

futuro, te miramos, vida nuestra, dulzura nuestra, esperanza nuestra; atraernos

por la dulzura de tu voz, para mostrarnos un día después de nuestro destierro, a Jesús, fruto bendito

de tu seno, oh clemente, oh buena, oh dulce Virgen María! »

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